Es una cosa bastante tropicaloide, se necesita abanico, y va uno a una espacie de Arcadia o Babilonia ocre, contando los buenos días que suman cien. Lo que no basta es el recuerdo, todo medio se borra y habría que ponerle etiqueta a las páginas para saber en qué rama del árbol se está tendiendo las sábanas antes de volar y se pesca la anécdota cabeza de gallo negro, torso de pez dorado y final de cochino rosa. Y porque en cien palabras no caben imanes, hielos, circos, piratas, pianos, remedios y pilares, lo mejor es decir que uno acaba frente al pelotón de fusilamiento de las palabras áureas que sí son balas en soledad.
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