Hace quince años mi mejor amigo me jugó una broma. Me preparó un coctel con todos los alucinógenos de entonces. Mi cerebro quedó dañado y desde entonces no dejo de alucinar un segundo. Ya me acostumbre. Y aunque ahora mismo el teclado cambia de color y sus letras bailan tap, y un coro de chaneques sentados en mi hombro me cantan al oído, y me percibo con cuantro brazos, siento un terrible aburrimiento. Cuando voy a fiestas me tomo un neuroléptico y un ansiolítico que hacen desaparecer mi viaje y me río al borde de la orina al ver todas las cosas normales, sin colorines, ni formas, ni sonidos extras...
Eva Mondragón
Ana Valderrama
Ana Valderrama
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