14/12/09

EL MANDADO



Mi esposa me contó que de chiquilla su abuela la alcanzó en el portón con un suetercito rojo: que para el frío, mijita, que uno no puede salir así sin esperar un aire, y rojo para el mal de ojo, que la vecina y otros ya nos traen tirria desde hace años, y que más valía irse por la sombra y del lado derecho de la calle, para no dar malas señales a la sociedad -una chica pálida habla mejor de su familia- no sólo hay que guardar las apariencias hay que verdaderamente regirse por las buenas costumbres, así ella estaría tranquila de que saliera por primera vez sola, cosa que reprobaba de antemano, pero que el mandadero no estaba y urgía que fuera a la esquina por azúcar, eso sí, sólo la pides y te regresas, no mires a nadie a los ojos y no voltees a ver a los hijos del tendero, que llenos de juventud y sudor por cargar costales pueden sonrojarte y eso sería el fin de tu castidad. Derechito a la casa, no te voy a esperar con la puerta abierta, para evitar ojos curiosos, tocas tres veces, te doy la bendición y toma el billete, me traes el cambio.
Me contó que compró el azúcar, pero que todo lo demás lo olvidó tajantemente: el cambio, el suetercito, la vecina, el mal de ojo, las apariencias, la sombra, la derecha, los ojos, a su abuela y el regreso a casa, y sonrojadísima me ofrecía el único kilo con el que había cargado toda la vida.












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2 comentarios:

Iván F. dijo...

Me gustó mucho, tal vez de los mejores que he leido tuyos, ya escribe algo más extenso que se antojaría leerlo

yuki dijo...

"que llenos de juventud y sudor por cargar costales pueden sonrojarte y eso sería el fin de tu castidad" :D

Me dio sonrisas :) gracias