16/7/09

EL PRISIONERO ABSOLUTO



Una mañana de marzo un hombre recibió el don de la vida eterna. Se juzgó afortunado. Al día siguiente otros hombres irrumpieron en su casa, lo apresaron, le sacaron los ojos, le cortaron pies y manos, orejas y lengua, y lo encadenaron del cuello a la pared de una celda secreta. Generaciones después yo fui designado para cuidar que el prisionero no escapase. Una noche –o quizá fue una mañana– bajé hasta la celda, asomé mi rostro por entre los barrotes, y desde la oscuridad total alcancé a cobrarle forma a un balbuceo: ¿Quién anda ahí? Despavorido, desordené con mis pasos torpes el silencio de décadas, abandoné el lugar, y no volví a bajar nunca.










Aldebarán Toledo

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