9/9/09

EL AUTÓFAGO



Me devoro. Los espejos no me satisfacen; el ser voyeur de mí mismo nunca se me ha dado. Mi reflejo es escuálido y torpe, y mis facciones no me enamoran (si he de morir ahogado, no será por tan poca cosa). Mi carne pasa a través de mi esófago con mayor facilidad que mi reflejo por mis retinas. Me devoro. Tengo un gusto a sal, especialmente al caer la tarde, y la ligereza de mi sustancia es amable a mi sueño. Me devoro. ¿Qué podría ser mejor que paladear, masticar y deglutir mi propia lengua? Mis músculos son suaves aun cuando se tensan ante la presión de mi mordida, y la poca grasa que se acumula entre estos y mi piel esconde en sí el más grande de los goces. Me encanta morder y relamerme los huesos, y chupar su tuétano nutritivo hasta que no queda nada; como las uñas, su aspereza limpia mi tracto de impurezas. Me devoro. Hinco los colmillos sobre mi bajo vientre y me desgarro, descubro así mi estómago y mis intestinos, y al devorarlos me devoro y devoro lo que de mí devoro. Y mis dientes mismos, aplastando mis mandíbulas una contra otra, los trituro y los devoro, y también mis mandíbulas, luego, las devoro. No desperdicio jamás nada, pues nada en mí es desperdiciable. No me excreto; me increto, me devoro.









Aldebarán Toledo

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Fe de erratas: "mandíbulas exquisitas" [Aldebarán Toledo]