30/1/09

LA HABITACIÓN PROHIBIDA


Lo que más recuerda Jacobo de su infancia, es aquella habitación que siempre le negaban en casa de la abuela, donde únicamente la nona, como le decían, podía entrar. Algunas veces se aventuró a saciar la curiosidad pero el resultado era el mismo: la puerta se mostraba como un vigía inflexible a los deseos infantiles, reclamaba la precisión de cada diente de la llave para permitir el paso. Jamás accedió.
Un día la nona dejó de vivir y dio la casa como herencia a la beneficencia, decisión extraña que los familiares pelearon y Jacobo ganó. Ahora todo ese mundo anticuado le pertenece, y por supuesto la habitación fue quizás, impulsado por esos recuerdos que jamás extinguió, al primer lugar donde dirigió su atención. Introdujo la llave con gran impaciencia y el vigilante de madera permitió la entrada, su interior transpiró humedad y la luz reveló un extenso pasillo al aire libre, donde el cielo contradecía el medio día, pues era completamente nocturno, Jacobo no salía de su asombro cuando descubrió frente a él a la nona que le decía con el mismo tono que ocupaba cuando cometía una falta “Te dije que no entraras”.





Iván Flores

1 comentarios:

Anónimo dijo...

las abuelas nos acompañan. No se han ido. Enhorabuena por tu texto. Por la suave firmeza de las abuelas de antes incursionando en los recuerdos.