11/10/08

LAS LUNAS DE INSOLACIÓN FICTICIA


Abrí la puerta. El pasillo de enormes lámparas. La alfombra estepa negra. Los candelabros heridos.

Caminé, sosteniendo mis lóbregos párpados que se derretían. La sombra que me acompañaba todas las tardes perdía fuerza. La luz iba devorándola y los gemidos de la madera tocaban una marcha festiva.
Nadie me miraba, nadie sabría que huyo. Cercioré que las ventanas de mi habitación estuviesen cerradas y que mis libros hubieran sido sepultados en las cenizas y los juguetes permanecieran debajo de las sábanas repletas de la mugre azul y dulce.
Esperé un instante, quizá el que siempre espero desde que mi ataúd me escupió y vio nacer, y, al fin, salté. El aceite no era tan pegajoso como me habían relatado en ocasiones de ocio, antiguos compañeros ya muertos, no era tan misterioso como las lunas de insolación ficticia. Cerré los ojos y lentamente fui desapareciendo en su boca, hasta épocas remotas. Sigo imaginando que eso fue un beso de bienvenida.




Luis Vega

1 comentarios:

Anónimo dijo...

BRAVO