Casi pedida de la carta se sirve sobre la mesa una plática de plástico mudo. Parece una falsedad, pero eso sí, una aceptada consensualmente, una de esas que ayudan a simular la silueta de una conversación cuando en realidad no se habla. Así, todos se sienten a salvo con el trasero pegado a la silla y la boca llena. Hay tiempo para bostezar y revisar la última llamada que registra el móvil.
Codo con codo y tan lejos entre sí. Se miran y tal vez piensan: “digamos algo”; pero en general sólo sonríen, son amables. Por fin alguien habla, aunque poco se escuchó lo que dijo. Alguien pronunció: “sueño”, eso es seguro, pero, ¿cómo fue usada la palabra?: ¿como la evasiva perfecta ante una realidad oxidada?, ¿como algún hijo del cansancio?, ¿como nuestra utópica esperanza en el futuro? Nadie aclara el punto.
Codo con codo y tan lejos entre sí. Se miran y tal vez piensan: “digamos algo”; pero en general sólo sonríen, son amables. Por fin alguien habla, aunque poco se escuchó lo que dijo. Alguien pronunció: “sueño”, eso es seguro, pero, ¿cómo fue usada la palabra?: ¿como la evasiva perfecta ante una realidad oxidada?, ¿como algún hijo del cansancio?, ¿como nuestra utópica esperanza en el futuro? Nadie aclara el punto.
Gabriel Gutiérrez-Ferri
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