9/12/08

SIN PALABRAS


Simón dejó de hablar a los treinta y nueve años con trescientos sesenta y cuatro días. Sesenta segundos después de su irrevocable decisión –marcaba el reloj cero horas y un minuto–, el teléfono sonó agudo, capcioso, cínico tal vez. Ella, la desaparecida hacía una década en los mares de otros cuerpos –muchos, la pecadora–, le pedía, en ese preciso momento, dos palabras. “Con un te amo, yo regreso”. Pero él, hombre de convicciones firmes, no dijo, ya no podía hacerlo; tan sólo se lo escribió en un papel, de volada. “Te amo”.


Dejó el auricular sobre la mesa, al lado de su mano, con la esperanza de que ella descifrara el sonido de la pluma enzarzada en el papel. Pintó hasta un corazón, todo lo pintó con tal de que ella entendiera su silencio. Y volviera. “Te amo”, siguió escribiendo a la desesperada. No obtuvo más respuesta que el sonido de un trazo contundente. Porque ella, al otro lado de la línea, tachó el nombre de Simón de una lista inmensa.


El hombre lloró la noche entera.


Ella prosiguió buscando presa.





Mónica Sánchez

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