12/2/09

DARWIN, DOSCIENTOS AÑOS Y UN DÍA


A pesar de sus lentes de intelectual, sus calificaciones nunca fueron lo suficientemente buenas para nadie. Ni para él mismo. Pero todo estaba medido.
Aquel niño solitario, ya convertido en hombre con una salud lo suficientemente buena como para seguir tirando unos años más, cada noche le rezaba a la imagen de Darwin, su Dios barbado. Adaptarse o morir.
Coleccionaba cucarachas.
Un día en el que todo se fue al carajo, y no logró mantenerse lo suficientemente sosegado, tuvo miedo de no haber medido bien sus fuerzas y caer.
Así es que esa misma noche, previo pago, se sumió en un orgasmo lo suficientemente brutal como para hacer del derroche su nuevo paradigma.
Pocos meses después, murió en extrañas circunstancias. Un ejército de cucarachas veló su cadáver. Él mantenía el rostro sereno. Había sido lo suficientemente hombre como para olvidarse, a ratos, de las matemáticas.
La foto de Darwin le sobrevivió. La heredó un sobrino con lentes de intelectual.






Mónica Sánchez

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