6/2/09

ENTERRA, II de XXIV



El dolor de las costillas iba cesando. Dos estaban rotas. La sangre iba del escarlata al púrpura, se secaba. Sus manos apretaban el dorso, sintió algo, la bala, de pronto allí, entre sus dedos, por su propia cuenta fuera. Era momento de salir de emergencias, nadie notaría que escapaba. Era el criminal y atendían a las víctimas en las otras salas, estaba abandonado en la camilla de la esquina. Se incorporó, podía. Un ruido de moneda al suelo. Otra bala. ¿Habían sido dos disparos? Mantuvo sus manos apretando. No pudo más. Las balas salían primero como gota fugada, luego como fichas de algunas máquinas de casino. Finalmente como cascada. El ruido le devolvió el dolor. Cayó al suelo y se autoenterró en su río de antidisparos. De pronto, de nuevo en la camilla, el dolor de las costillas iba cesando. Tres estaban rotas…







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