4/2/09

GATÚBELA



Celina se levantó de su cama, aún no muy convencida de hacerlo, pero con el remordimiento de cuando uno se despierta después de mediodía.
Se fue a la ducha, sabía que apestaba a alcohol mal procesado y no había más remedio que la regadera, aunque se le hubiera acabado el gas.
Se vistió. Nada muy elegante: jeans, sudadera gris de marca y un par discolor de calcetas. Cuánto le había costado pero por fin estaba lista. Nada más le faltaban las inmensas gafas negras que le ocultarían las ojeras.
Qué decir, apenas lo vio lo despertó, tal vez por envidia, tal vez porque él también era algo así como un espejo viviente. Tan parecidos en eso de andar de madrugada saltando tejados.
Lo vio tan sin culpas, tan fresco y sin ningún compromiso escolar en puerta que lo odió un poco. Le dio de comer y lo odió un poco más.
Cuando lo sacó al patio, Barrabás ya traía un pedazo de quién-sabe-qué colgándole. Lo metió al bote de la basura, se lamió un mechón de pelo y salió de casa.









Gabriel Gutiérrez-Ferri

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